viernes, 16 de septiembre de 2005

espejos

Si uno se mira a sí mismo a lo largo del tiempo...

Es difícil reconocerse, ¿verdad? Quiero decir, ¿soy yo este tipo que chapoteaba en la adolescencia y se dejaba llevar por una corriente u otra, que se pensaba tan especial? Y se plantó en una reunión de no sé qué encarnación de una Sociedad Española de Ciencia Ficción, en una cervecería con solera cerca del metro de Retiro, y asistió religiosamente a unas cuantas reuniones, sin abrir la boca apenas. Y escribió unos guiones tristes (en todos los sentidos), y un cuento que... bueno, mejor olvidarlo.

¿Soy yo quien se largó a Barcelona con lo puesto y un incauto compañero, a un Saló, como el que no quiere la cosa, y acabó cenando galletas la última noche en la habitación de la pensión, sin un duro para más, sin haber hecho otra cosa que mirar, oh, mirar a profesionales que firmaban en los stands?

Pero soy también ese otro que pasea con las manos en los bolsillos y maquina proyectos antes de volver a casa... y se le va la fuerza en tantas cosas. Se le va la fuerza, pero no deja de inventar, de planear, de anhelar.



¿Somos siempre nosotros mismos? Seguro que no...

No me reconozco ahí, no me siento yo recordando algunas cosas. El yo de ahora, digo. El yo de hoy, el que lee lo que lee, el decidido a cosas tan diferentes de hace unos años, sólo un puñado de años...


Quizá no sea el mismo yo, después de todo.



(Que conste, eso sí, en acta: me gusto ahora más. Qué demonio...)