lunes, 28 de enero de 2008

espacio


El problema de las casas pequeñas (y llenas de cosas, además) es que, cuando hay que vaciar una de las habitaciones para hacer algo, todos los trastos acaban dispersos, amontonados de cualquier manera, invaden cada rincón y parecen multiplicarse, hacerse fuertes. Y no hay manera de moverse.



Siempre tuve envidia de Reed Richards y su umbral de ida y vuelta a la Zona Negativa. Siempre le tuve envidia no por las sienes plateadas o su condición de manitas compulsivo (el perfecto bricolage man), sino por eso, su envidiable trastero hiperespacial, otra dimensión en la que ir almacenando los mil cachivaches que acabarían por hacer del edificio Baxter un despropósito, un laberinto, una almoneda surrealista. (Aunque, sí, están esos pequeños inconvenientes, Blastaar, los bichos que se cuelan por las costuras del espacio-tiempo... Pecata minuta, con el señor Grimm de huésped.)



Sería deseable, en fin, una habitación extra, de bolsillo, plegada en uno de esos hiperrincones que esponjan la realidad física (dicen); un altillo en otra dimensión que ocupara espacio allá y despejara un poco la casa. (Total, Dormannu no parece, a la larga, más ominoso que el vecino de rellano, la portera o el del ático izquierda...)








(Y sí: dicen que la obra me la acaban hoy. Cruzo los dedos...)

2 comentarios:

PAblo dijo...

Lo malo es cuando Reed decide convertir su trastero negativo en una cárcel de dudosa legalidad...

PEro claro, los tiempos cambian que es una barbaridad.
;-D

Anónimo dijo...

Pero, compa: el altillo también estaría lleno...

(JCuadrado)
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