domingo, 16 de noviembre de 2008

pulp

La princesa Leia vestida para la danza del vientre y encadenada a los pies de Jabba, un rescate suicida, el filo de una espada, el sol color sangre precipitándose hacia el horizonte, la noche profunda y cuajada de susurros amenazantes, un traje espacial, el vértigo de un abismo, el olor de la sal en las amarras, el aullido del maelstrom, olor a pólvora, el alboroto salvaje de una jungla inexplorada, piedras antiguas cubiertas de musgo, criaturas más viejas que el mundo, los anillos de Saturno llenando un cielo alienígena.





Durante un tiempo, cuando era ridículamente joven e indocumentado, creí a pies juntillas en los métodos de Doc Savage, el Doc Savage de los tebeos de Vértice, el de Tony DeZuñiga. Y cerraba los ojos para escuchar el murmullo de la vida a mi alrededor. Y abría las aletas de mi nariz para rastrear aromas comprometedores. Eran tiempos más felices, o quizá no, pero eran tiempos en los que la mera mención de un título como Una princesa de Marte provocaban un escalofrío instantáneo en mí, un entusiasmo inexplicable si tenemos en cuenta que jamás leí al señor Burroughs.




Chaykin recrea el pulp como nadie, y lo hace desde una perspectiva contemporánea, cínica. Hay quien afirma que eso no es pulp, que traiciona el espíritu del género (si de un género podemos hablar) y se burla de los personajes que se atreve a reinterpretar: La Sombra es un excelente ejemplo. Pero es que Chaykin se ha hecho autor adulto abriéndose paso a machetazos en una selva de héroes de una pieza y situaciones reiterativas. Sus personajes han sido siempre diferentes miradas sobre el mismo arquetipo; Fortune y Flagg y Starbuck son trasuntos del mismo héroe granítico con una vuelta de tuerca añadida, marca de la casa: ironía; cinismo, incluso.




Recuerdo las novelitas de a duro (que costaban entonces menos de un duro, estoy seguro). Lo conté en alguna ocasión: mi abuelo y yo las compartíamos, nos las cambiábamos. Nunca las comentamos, por supuesto; había un pacto no escrito, ni siquiera hablado, por el que cada uno guardaba para sí sus lecturas y su entusiasmo. Pero, así y todo, de él recuerdo principalmente eso, la fruición con que se abismaba en los libritos manoseados de Curtis Garland, Lou Carrigan, Marcial Lafuente Estefanía, Clark Carrados. Y de esas novelitas, nuestro pulp más longevo, conservo también alguna sensación: esos policiales acelerados y truculentos, esos CF de cartón piedra y muchachas asustadas. Y la ceremonia física, doblar la esquinita de arriba de la página por la que uno va antes de guardar la novela en el bolsillo de atrás, hojearla deprisa para ver cuántos capítulos quedan todavía para el final.





Aventuras, el viento en el rostro. Lanzarse al vacío, confiar en que alguien detenga la caída. La mole de una nave espacial llenando el campo visual, el cemento de la pista agrietado por el peso, cristalizado por el infierno atómico de cada despegue.





(El material gráfico para esta entrada, construída a propósito de la semana pulp, está recogido de lugares bravos: pulpnivoria, el desván del abuelito y golden age comic book stories.)

5 comentarios:

AnnieChristian dijo...

Que bonito y evocador texto, vecino.

Bruce dijo...

Muy bonito post, sí señor

Anónimo dijo...

Excelente eso del escalofrío por lo no leído...

JC
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J. M. Beroy dijo...

¡Bravo!

fcnaranjo dijo...

Gracias, señor Beroy. Usted algo sabe de esto: Mabuse y 999 beben de esas fuentes... con aprovechamiento.