miércoles, 18 de febrero de 2009

buenos días, Marinetti


Hace muchos años, en una galaxia muy lejana, escribí una historieta (tres o cuatro páginas) que fue diligentemente puesta en imágenes por mi entonces compinche gráfico (el señor Aísa) y que se tituló Marinetti dixit. Era una mierda pretenciosa y un poco relamida en la que un tipo al que se la va la pinza se sube a la mesa de un café moderno (estábamos en los años 80, se harán una idea) y se dedica a lanzar proclamas extraídas de un manifiesto futurista firmado por Marinetti: cosas de la edad, en fin. Nunca se llegó a publicar, me parece (y menos mal).

Y hoy tropiezo con él en las páginas de El País, y hay un vértigo en el simple enunciado: el futurismo cumple un siglo, cien años puestos en fila, uno detrás de otro... y, con la distancia que da el tiempo, me atrevo a decir que sí, que los futuristas sí fueron modernos, que todavía lo son, de una u otra forma. Desde luego, fueron pioneros de muchas cosas que son hoy el pan nuestro de cada día. Marinetti debió ser un cretino, eso no creo que nadie vaya a discutirlo, pero en sus diatribas y su actitud, en sus propuestas, había ráfagas de nuestro hoy contemporáneo, para bien y para mal. Él reclamó la velocidad y la máquina para el arte, él preludió la importancia del ruido en la ruptura de las formas musicales, él manejó como nadie la provocación y previó la importancia del que hablen, aunque sea mal. Y en él están todas las contradicciones que hoy no nos extrañan tanto como entonces.

Sí, claro. Los futuristas fueron fascistas y militaristas, pero también se identificaron con la revolución bolchevique, y su estética radical y vertiginosa se infiltró en ese arte que luego repudiaron los leninistas una vez instalados en el poder. Estuvieron allí donde había ruptura con el pasado inmediato, con la tradición. Y pidieron el incendio de los museos... que, oigan, a día de hoy... pues que tengo mis momentos, en fin.

Fueron los primeros. Y, si el surrealismo nació de una costilla de Dadá, es obvio que sin futurismo no hubiera habido dadaísmo. Las vanguardias, si son reales y no cosméticas, deben ser así: radicales, bocazas, pendencieras y suicidas. (Y divertidas.) Su belleza está en esa actitud, y en las cenizas que dejan tras de sí...

Bienvenido, pues, camarada Marinetti, de vuelta a la luz pública. Un retorno que será breve y, quién sabe, quizá polémico otra vez. (Y prometo, si acaso aparecieran esas páginas de las que hablaba, reducirlas a cenizas.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chapeau, sr. Naranjo.